lunes, 1 de febrero de 2021

Después de todo

Después de todo —pero después de todo—
sólo se trata de acostarse juntos,
se trata de la carne,
de los cuerpos desnudos,
lámpara de la muerte en el mundo.

Gloria degollada, sobreviviente
del tiempo sordomudo,
mezquina paga de los que mueren juntos.

A la miseria del placer, eternidad,
condenaste la búsqueda, al injusto
fracaso encadenaste sed,
clavaste el corazón a un muro.

Se trata de mi cuerpo al que bendigo,
contra el que lucho,
el que ha de darme todo
en un silencio robusto
y el que se muere y mata a menudo.

Soledad, márcame con tu pie desnudo,
aprieta mi corazón como las uvas
y lléname la boca con su licor maduro.



miércoles, 16 de diciembre de 2020

Los he visto en el cine

Los he visto en el cine,
frente a los teatros,
en los tranvías y en los parques,
los dedos y los ojos apretados.
Las muchachas ofrecen en las salas obscuras
sus senos a las manos
y abren la boca a la caricia húmeda
y separan las piernas para invisibles sátiros.
Los he visto quererse anticipadamente, adivinando
el goce que los vestidos cubren, el engaño
de la palabra tierna que desea,
el uno al otro extraño.
Es la flor que florece
en el día más largo,
el corazón que espera,
el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.

Esa niña que hoy vi tenía catorce años,
a su lado sus padres le miraban la risa
igual que si ella se la hubiera robado.

Los he visto a menudo
—a ellos, a los enamorados—
en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol,
encontrarse en la carne,
sellarse en los labios.
Y he visto el cielo negro
en el que no hay ni pájaros,
y estructuras de acero
y casas pobres, patios,
lugares olvidados.
Y ellos, constantes, tiemblan,
se ponen en sus manos,
y el amor se sonríe, los mueve, les enseña,
igual que un viejo abuelo desengañado.



miércoles, 25 de noviembre de 2020

Carta a Jorge

Hermano:
hay cuatro o cinco nombres obscuros
que sangran la poesía.
El exterminio asiste a los amantes.
Hay quien sin darse cuenta camina en el suicidio
como si visitara la muerte de un extraño.
El hombre dice polvo y soledad y angustia.
La esperanza, asustada, se refugia en los niños
y en los tontos
y en nosotros, lo que todavía por la gracia del verbo, somos desgraciados.
La tierra ignora, el hombre trata
de conocer, levanta la cabeza en que los ojos brillan.
Hermano: estoy enfermo, estamos
bebiendo diariamente vida y muerte mezcladas,
en nuestro pan hay piedras,
tenemos sucio el llanto,
acudimos a nuestro corazón como a una casa limpia
pero tenemos que dormir sobre montones de basura
y cuando llega el día no podemos tomar leche al pie de la vaca
sino brebajes de perdición en manos de brujas.
Amanecer no es hoy darse cuenta del día.
La sangre a veces se congela en los ojos
que quieren ver al mundo.
Tu mano de amor se hará de piedra
si tratas de secar el llanto del vecino.
No hables, no escuches nada, no socorras,
no llames en tu auxilio,
que cada quien se desahogue bajo sus propios gritos,
en sus gestos de espanto para la mímica universal.
Hermano: tu desaliento no tiene sentido,
óyeme hablar de la primavera.
Yo siento a veces que los pulmones se me quiebran,
que la carne toda se me quiebra
igual que un vidrio golpeado por un martillo;
siento que alguien les aprieta el pescuezo a los pájaros dentro de las jaulas,
que alguien mete un perro y un gato en un costal,
que les dan con un mazo en la nuca a los corderos,
que degüellan niñas, juntándoles la cabeza a la espalda
pero óyeme hablar de la primavera.
La miel se cosecha todavía en las bodegas
y en los libros. La ternura existe.
Vamos a morirnos cada quien en su sitio
calladamente. No hay que darle importancia.



miércoles, 18 de noviembre de 2020

No quiero paz, no hay paz.

No quiero paz, no hay paz,
quiero mi soledad.
Quiero mi corazón desnudo
para tirarlo a la calle,
quiero quedarme sordomudo.
Que nadie me visite,
que yo no mire a nadie,
y que si hay alguien, como yo, con asco,
que se lo trague.
Quiero mi soledad,
no quiero paz, no hay paz.



viernes, 6 de noviembre de 2020

A estas horas, aquí

Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,
dejar mi cuarto encerrado
y bajar a bailar entre borrachos.
Uno es un tonto en una cama acostado,
sin mujer, aburrido, pensando,
sólo pensando.
No tengo "hambre de amor", pero no quiero
pasar todas las noches embroncado
mirándome los brazos,
o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro.
Leer, o recordar,
o sentirme tufos literato,
o esperar algo.
Habría que bajar a una calle desierta
y con las manos en las bolsas, despacio,
caminar con mis pies e irles diciendo:
uno, dos, tres, cuatro...
Este cielo de México es obscuro,
lleno de gatos,
con estrellas miedosas
y con el aire apretado.
(Anoche, sin embargo, había llovido,
y era fresco, amoroso, delgado.)
Hoy habría que pasármela llorando
en una acera húmeda, al pie de un árbol,
o esperar un tranvía escandaloso
para gritar con fuerzas, bien alto.
Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.
Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato
o le diría un cuento
que no dijera nada pero que fuera largo.
Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero
seguir todas las noches vigilando
cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras
o que de veras este fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo
de mi casa un rato.

La jaula que me cuente sus amores con el canario.
La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos,
y la dulce luna de mi armario,
que me digan algo,
que me hablen en metáforas, como dicen que hablan,
este vino es amargo,
bajo la lengua tengo un escarabajo.

¡Qué bueno que se quedara mi cuarto
toda la noche solo,
hecho un tonto, mirando!



lunes, 19 de octubre de 2020

¡Qué alegre el día!

¡Qué alegre el día, sucio, obscuro, lluvioso!
¡Qué alegres las azoteas con las ropas volando
en su sitio, desatándose, atadas,
diciéndole groserías, riendo con el viento!
¡Qué alegre el ruido amontonado en la calle
y el susto del del rayo que cayó allí cerca
y los cláxones trepados uno encima del otro
y la lluvia arreciando, apagándome el radio,
mojándome los pulmones, cerrando las ventanas!
¡Qué alegres yo, esa mosca,
la "Monina" ladrando,
las nubes tronando, el trueno, todo mundo!
¡Qué alegre el día de la ciudad idiota,
sin olor a tierra mojada, sin árboles liberados,
con el cemento cacarizo de viejas iglesias,
con sus gentes mojándose bajo los impermiables!
¡Qué alegre la ternura del sol atreviéndose,
haciéndoles caso a los del frío,
pegándose a las paredes como calcomanía!
¡Qué algre el desventurado día sucio,
qué alegre sin más, qué alegre!



sábado, 10 de octubre de 2020

La caída

Estoy como vacío.
Quisiera hablar, hablar, pero no puedo
no puedo ya conmigo.
Una mujer que busco, que no existe,
que existe a todas horas, un antiguo
cansancio, un diario despertar
medio aburrido.
Quisiera hablar, decir: esto que es mío,
que nunca tengo en mí, esto que asiste
a la noche en mis ojos, mi corazón dormido,
y la tristeza de no saber las cosas,
ser padre de algún hijo sin padre,
ser hijo de unos padres sin hijos.
Esto que vive en mí, esto que muere
duras muertes conmigo,
el manantial de la gracia, el agua de pecado
que me deja tranquilo.
Fuego de la purísima concepción, poesía,
bochorno de mi amigo,
sálvame de mí mismo.
Yo soy la tierra ronca, el apretado
yunque en el que cae tu martillo,
me soporto, te espero, ayúdame
a hablar limpio.
Ayúdame a ser solo,
y a ser sólo moneda que en lo bolsillos
de los pobres socorra el agua fresca,
el pan bendito.
Dueña de la esperanza,
paloma del principio,
recógeme los ojos,
levántame del grito.
Yo soy sólo la sombra
que madura en un vientre desconocido.

Y estoy aquí, sí estoy,
a pesar de mí mismo,
alucinado y torpe,
airado y sin memoria y sin olvido
igual que si colgara de mis manos
clavadas sobre un muro carcomido.

Mira del odiado llanto,
mira este mudo llanto embrutecido,
sacúdelo del árbol de mis ojos,
arráncalo del pecho sacudido,
no me dejes raíces de congoja
abriéndome el oído,
no quede en mí un amante,
ni un luchador, ni un místico.

Señora de la luz, te mando, te suplico,
óyeme hablar sin voz,
oye lo que no he dicho,
con este amor te amo,
con éste te maldigo,
tengo en la espalda rota,
roto, cuchillo.

Yo soy, no soy, no he sido
más que un lugar vacío,
un lugar al que llegan de repente
mi cuerpo y tu delirio
y una apagada voz que nos aprende como un castigo.

He aquí tu mar de ausencia,
he aquí tu mar de siglos,
mi sangre arrodillada
sobre un madero hundido,
y el brazo de mi angustia
saliendo al aire tibio.