el día desterrado.
Mi soledad me mira
como a un extraño
y yo, contento, me ato
los dedos a las manos.
Mi alegría fuma un cigarro
y me pongo de pie
y con la música del radio
casi desnudo bailo.
El frío y el viento entran
a mi cuarto
y me clavan agujas
en los pies descalzos.
La muchacha de enfrente
se levantó temprano.
¡Qué bonito su feo
rostro morado!
Bueno. Me visto. Hablo.
Estoy solo -es lo mismo-
¡pero qué alegre de algo!