miércoles, 16 de diciembre de 2020

Los he visto en el cine

Los he visto en el cine,
frente a los teatros,
en los tranvías y en los parques,
los dedos y los ojos apretados.
Las muchachas ofrecen en las salas obscuras
sus senos a las manos
y abren la boca a la caricia húmeda
y separan las piernas para invisibles sátiros.
Los he visto quererse anticipadamente, adivinando
el goce que los vestidos cubren, el engaño
de la palabra tierna que desea,
el uno al otro extraño.
Es la flor que florece
en el día más largo,
el corazón que espera,
el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.

Esa niña que hoy vi tenía catorce años,
a su lado sus padres le miraban la risa
igual que si ella se la hubiera robado.

Los he visto a menudo
—a ellos, a los enamorados—
en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol,
encontrarse en la carne,
sellarse en los labios.
Y he visto el cielo negro
en el que no hay ni pájaros,
y estructuras de acero
y casas pobres, patios,
lugares olvidados.
Y ellos, constantes, tiemblan,
se ponen en sus manos,
y el amor se sonríe, los mueve, les enseña,
igual que un viejo abuelo desengañado.



miércoles, 25 de noviembre de 2020

Carta a Jorge

Hermano:
hay cuatro o cinco nombres obscuros
que sangran la poesía.
El exterminio asiste a los amantes.
Hay quien sin darse cuenta camina en el suicidio
como si visitara la muerte de un extraño.
El hombre dice polvo y soledad y angustia.
La esperanza, asustada, se refugia en los niños
y en los tontos
y en nosotros, lo que todavía por la gracia del verbo, somos desgraciados.
La tierra ignora, el hombre trata
de conocer, levanta la cabeza en que los ojos brillan.
Hermano: estoy enfermo, estamos
bebiendo diariamente vida y muerte mezcladas,
en nuestro pan hay piedras,
tenemos sucio el llanto,
acudimos a nuestro corazón como a una casa limpia
pero tenemos que dormir sobre montones de basura
y cuando llega el día no podemos tomar leche al pie de la vaca
sino brebajes de perdición en manos de brujas.
Amanecer no es hoy darse cuenta del día.
La sangre a veces se congela en los ojos
que quieren ver al mundo.
Tu mano de amor se hará de piedra
si tratas de secar el llanto del vecino.
No hables, no escuches nada, no socorras,
no llames en tu auxilio,
que cada quien se desahogue bajo sus propios gritos,
en sus gestos de espanto para la mímica universal.
Hermano: tu desaliento no tiene sentido,
óyeme hablar de la primavera.
Yo siento a veces que los pulmones se me quiebran,
que la carne toda se me quiebra
igual que un vidrio golpeado por un martillo;
siento que alguien les aprieta el pescuezo a los pájaros dentro de las jaulas,
que alguien mete un perro y un gato en un costal,
que les dan con un mazo en la nuca a los corderos,
que degüellan niñas, juntándoles la cabeza a la espalda
pero óyeme hablar de la primavera.
La miel se cosecha todavía en las bodegas
y en los libros. La ternura existe.
Vamos a morirnos cada quien en su sitio
calladamente. No hay que darle importancia.



miércoles, 18 de noviembre de 2020

No quiero paz, no hay paz.

No quiero paz, no hay paz,
quiero mi soledad.
Quiero mi corazón desnudo
para tirarlo a la calle,
quiero quedarme sordomudo.
Que nadie me visite,
que yo no mire a nadie,
y que si hay alguien, como yo, con asco,
que se lo trague.
Quiero mi soledad,
no quiero paz, no hay paz.



viernes, 6 de noviembre de 2020

A estas horas, aquí

Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,
dejar mi cuarto encerrado
y bajar a bailar entre borrachos.
Uno es un tonto en una cama acostado,
sin mujer, aburrido, pensando,
sólo pensando.
No tengo "hambre de amor", pero no quiero
pasar todas las noches embroncado
mirándome los brazos,
o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro.
Leer, o recordar,
o sentirme tufos literato,
o esperar algo.
Habría que bajar a una calle desierta
y con las manos en las bolsas, despacio,
caminar con mis pies e irles diciendo:
uno, dos, tres, cuatro...
Este cielo de México es obscuro,
lleno de gatos,
con estrellas miedosas
y con el aire apretado.
(Anoche, sin embargo, había llovido,
y era fresco, amoroso, delgado.)
Hoy habría que pasármela llorando
en una acera húmeda, al pie de un árbol,
o esperar un tranvía escandaloso
para gritar con fuerzas, bien alto.
Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.
Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato
o le diría un cuento
que no dijera nada pero que fuera largo.
Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero
seguir todas las noches vigilando
cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras
o que de veras este fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo
de mi casa un rato.

La jaula que me cuente sus amores con el canario.
La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos,
y la dulce luna de mi armario,
que me digan algo,
que me hablen en metáforas, como dicen que hablan,
este vino es amargo,
bajo la lengua tengo un escarabajo.

¡Qué bueno que se quedara mi cuarto
toda la noche solo,
hecho un tonto, mirando!



lunes, 19 de octubre de 2020

¡Qué alegre el día!

¡Qué alegre el día, sucio, obscuro, lluvioso!
¡Qué alegres las azoteas con las ropas volando
en su sitio, desatándose, atadas,
diciéndole groserías, riendo con el viento!
¡Qué alegre el ruido amontonado en la calle
y el susto del del rayo que cayó allí cerca
y los cláxones trepados uno encima del otro
y la lluvia arreciando, apagándome el radio,
mojándome los pulmones, cerrando las ventanas!
¡Qué alegres yo, esa mosca,
la "Monina" ladrando,
las nubes tronando, el trueno, todo mundo!
¡Qué alegre el día de la ciudad idiota,
sin olor a tierra mojada, sin árboles liberados,
con el cemento cacarizo de viejas iglesias,
con sus gentes mojándose bajo los impermiables!
¡Qué alegre la ternura del sol atreviéndose,
haciéndoles caso a los del frío,
pegándose a las paredes como calcomanía!
¡Qué algre el desventurado día sucio,
qué alegre sin más, qué alegre!



sábado, 10 de octubre de 2020

La caída

Estoy como vacío.
Quisiera hablar, hablar, pero no puedo
no puedo ya conmigo.
Una mujer que busco, que no existe,
que existe a todas horas, un antiguo
cansancio, un diario despertar
medio aburrido.
Quisiera hablar, decir: esto que es mío,
que nunca tengo en mí, esto que asiste
a la noche en mis ojos, mi corazón dormido,
y la tristeza de no saber las cosas,
ser padre de algún hijo sin padre,
ser hijo de unos padres sin hijos.
Esto que vive en mí, esto que muere
duras muertes conmigo,
el manantial de la gracia, el agua de pecado
que me deja tranquilo.
Fuego de la purísima concepción, poesía,
bochorno de mi amigo,
sálvame de mí mismo.
Yo soy la tierra ronca, el apretado
yunque en el que cae tu martillo,
me soporto, te espero, ayúdame
a hablar limpio.
Ayúdame a ser solo,
y a ser sólo moneda que en lo bolsillos
de los pobres socorra el agua fresca,
el pan bendito.
Dueña de la esperanza,
paloma del principio,
recógeme los ojos,
levántame del grito.
Yo soy sólo la sombra
que madura en un vientre desconocido.

Y estoy aquí, sí estoy,
a pesar de mí mismo,
alucinado y torpe,
airado y sin memoria y sin olvido
igual que si colgara de mis manos
clavadas sobre un muro carcomido.

Mira del odiado llanto,
mira este mudo llanto embrutecido,
sacúdelo del árbol de mis ojos,
arráncalo del pecho sacudido,
no me dejes raíces de congoja
abriéndome el oído,
no quede en mí un amante,
ni un luchador, ni un místico.

Señora de la luz, te mando, te suplico,
óyeme hablar sin voz,
oye lo que no he dicho,
con este amor te amo,
con éste te maldigo,
tengo en la espalda rota,
roto, cuchillo.

Yo soy, no soy, no he sido
más que un lugar vacío,
un lugar al que llegan de repente
mi cuerpo y tu delirio
y una apagada voz que nos aprende como un castigo.

He aquí tu mar de ausencia,
he aquí tu mar de siglos,
mi sangre arrodillada
sobre un madero hundido,
y el brazo de mi angustia
saliendo al aire tibio.



lunes, 21 de septiembre de 2020

Metáforas para una niña ciega

 Con hilo y agujas me cerraron los labios.
Estuve viendo el día y la noche, los días y las noches,
sin hablar, sin moverme,
con cangrejos prendidos a mis brazos,
pudriéndome como un costal de frutas y gusanos.
Alguien me levantó, me dijo, no entendí,
me abandonó en el campo,
me eché a rodar sobre la yerba
entre flores despiertas y fantasmas mojados.
Una mujer entonces tenía los pechos duros y altos
me hizo beber en sus labios;
cansada la cabeza en sus muslos de madre
me untó sus manos.
Abrí los ojos en el mar,
en el fondo del mar, de sal azul hinchados,
y mis ojos tatuaban las algas encendidas
y en su cristal mordían peces dorados.
Un viejo sol hundido
me andaba buscando.
Había un arpa rubia, de cabellos de niñas ahogadas,
que el agua tocaba con dedos extraños.
Un caracol vestido de blanco
soplaba hacia dentro,
enrollaba el carrete de un viento muy largo.
Las perlas crecían despacio
y eran el silencio que se congelaba en el corazón de los náufragos.
Yo sentía el pecho lleno de paloma y de batracios.
Cuando llegó la noche, yo olí que mis manos olían a noche.
Estaba en la caverna donde la araña del espanto
teje las horas sobre huesos amargos.
Allí la soledad existía a pedazos.
Yo no era yo, podía ser yo apenas,
quizás yo estaba a mi lado,
había muchos, perdidos, desesperanzados,
en una sangre obscura corrían a morirse,
corrían con los esqueletos quebrados.
Antes de llegar al barranco del sueño
hay una roja luz que hierve sin descanso,
duendes y duendes vienen
y cortan con tijeras los párpados.
Al alba nadie llega. Pero llegaban
gargantas de los pájaros.
Estuve ahí escondido
débil entre las hojas del aire morado.
Digo lo que aprendí,
como cuando me hice sombra para un árbol.
Digo lo que he olvidado.
Desde entonces tuve el corazón descalzo.



miércoles, 5 de agosto de 2020

No se podrá decir

¿No se podrá decir lo que el viento y la hora
sentir de anhelo sin fatiga?
¿No podremos hablar de lo que aquí sucede
inadvertidamente bajo el cielo vulgar de cualquier día
en la calle, en el pueblo,
a un lado de la música lejana,
en la cervecería,
en medio de las voces de los que venden diarios,
sobre las piedras sucias de saliva?
¿Las maderas del piso,
la toalla sobre la silla,
los espejos, la cama, las cortinas
que en la ventana el viento atemoriza,
el rescoldo del sueño entre los ojos,
el peine en los cabellos de esa niña,
esto que llaman soledad, sin nadie,
mi estómago vacío, la ceniza
fumada, y la mañana fría?

¿No podremos decir nada del viento
en el que estamos como en la alegría?


lunes, 27 de julio de 2020

Frío y viento amanecen

Frío y viento amanecen,
el día desterrado.
Mi soledad me mira
como a un extraño
y yo, contento, me ato
los dedos a las manos.

Mi alegría fuma un cigarro
y me pongo de pie
y con la música del radio
casi desnudo bailo.

El frío y el viento entran
a mi cuarto
y me clavan agujas
en los pies descalzos.

La muchacha de enfrente
se levantó temprano.
¡Qué bonito su feo
rostro morado!

Bueno. Me visto. Hablo.
Estoy solo -es lo mismo-
¡pero qué alegre de algo!

domingo, 21 de junio de 2020

El diablo y yo nos entendemos

El diablo y yo nos entendemos
como dos viejos amigos.
A veces se hace mi sombra,
va a todas partes conmigo.
Se me trepa a la nariz
y me la muerde
y la quiebra con sus dientes finos.
Cuando estoy en la ventana
me dice ¡brinca!
detrás del oído.
Aquí en la cama se acuesta
a mis pies como un niño
y me ilumina el insomnio
con luces de artificio.
Nunca se está quieto.
Anda como un maldito,
como un loco, adivinando
cosas que no me digo.
Quién sabe qué gotas pone
en mis ojos, que me miro
a veces cara de diablo
cuando estoy distraído.
De vez en cuando me toma
los dedos mientras escribo.
Es raro y simple. Parece
a veces arrepentido.
El pobre no sabe nada
de sí mismo.
Cuando soy santo me pongo
a murmurarle al oído
y lo mareo y me desquito.
Pero después de todo
somos amigos
y tiene una ternura como un membrillo
y se siente solo el pobrecito.

domingo, 10 de mayo de 2020

Te desnudas igual

Te desnudas igual que si estuvieras sola
y de pronto descubres que estás conmigo.
¡Cómo te quiero entonces
entre las sábanas y el frío!

Te pones a flirtearme como a un desconocido
y yo te hago la corte ceremonioso y tibio.
Pienso que soy tu esposo
y que me engañas conmigo.

¡Y cómo nos queremos entonces en la risa
de hallarnos solos en el amor prohibido!

(Después, cuando pasó, te tengo miedo
y siento un escalofrío.)

martes, 28 de abril de 2020

En la orilla del aire.

En la orilla del aire
(¿qué decir, qué hacer?)
hay todavía una mujer.

En el monte, extendida
sobre la yerba,
si buscamos bien:
una mujer.

Bajo el agua, en el agua.
abre, enciende los ojos,
mírala bien.

Algas, ramas de paces,
ajos de náufragos,
flautas de té,
le cantan, la miran bien.

En las minas, perdida,
delgada, sombra también,
raíces de plata obscura
le dan de beber.

A tu espalda, en donde estés,
si vuelves rápido a ver
la ves.

En el aire hay siempre oculta
como una hoja en un árbol
una mujer.

jueves, 16 de abril de 2020

Qué risueño contacto

¡Qué risueño contacto el de tus ojos,
ligeros como palomas asustadas a la orilla del agua!
¡Qué rápido contacto el de tus ojos
con mi mirada!

¿Quién eres tú? ¡Qué importa!
A pesar de ti misma,
hay en tus ojos una breve palabra
enigmática.
No quiero saberla. Me gustas
mirándome de lado, escondida, asustada.
Así puedo pensar que huyes de algo,
de mí o de ti, de nada,
de esas tentaciones que dicen que persiguen a la mujer casada.

Foto de instagram: tabatamenegon

sábado, 11 de abril de 2020

Caprichos

1
La niña toca el piano
mientras un gato la mira.
En la pared hay un cuadro
con una flor amarilla.
La niña morena y flaca
le pega al piano y lo mira
mientras un duende le jala
las trenzas y la risa.
La niña y el piano siguen
en la casa vacía.

2
El cielo estaba en las nubes
y las nubes en los pájaros,
los pájaros en el aire
y el aire sobre sus manos.

La yerba le acariciaba
ásperamente los labios
y sus ojos le contaban
una tristeza de algo:
como ropa de mujer
tendida, limpia, en el campo.

3
Llenas de tierra las manos
y los ojos llenos de agua,
voy a decirte un secreto:
no tengo casa.
No, no tengo casa.

Desabróchame la piel
de la espalda
y úntame yodo y arena
para borrar esa marca.
Tengo una marca.

No dejes en el cuello
la garganta
callándose tanto tiempo
lo de mi casa.
Que me duele, de veras,
no tener casa.

miércoles, 8 de abril de 2020

En la sombra estaban sus ojos

En la sombra estaban sus ojos
y sus ojos estaban vacíos
y asustados y dulces y buenos
y fríos.

Allí estaban sus ojos y estaban
en su rostro callado y silencioso
y su rostro tenía sus ojos
tranquilos.

No miraban, miraban, qué solos
y qué tiernos de espanto, qué míos,
me dejaban su boca en mis labios
y lloraban un aire perdido
y sin llanto y abiertos y ausentes
y distantes distantes y heridos
en la sombra en que estaban, estaban
callados, vacíos.

Y una niña en sus ojos sin nadie
se asombra sin nada a los míos
y callaba y miraba y callaba
y sus ojos abiertos y limpios,
piedra de agua, me estaban mirando
más allá de mis ojos sin niños
y qué solos estaban, qué tristes,
qué limpios.

Y en la sombra en que estaban sus ojos
y en el aire sin nadie, afligido,
allí estaban sus ojos y estaban
vacíos.

Photo Instagram: mingvisual

domingo, 9 de febrero de 2020

Ésa es su ventana

Ésa es su ventana.
Allí la espera el tiempo.
Tras el cristal su rostro
invisible, en silencio.
Me mira, ciega y dulce,
con los ojos abiertos.

La noche está a mi lado,
su ventana está lejos.
Alguien la busca a veces
vestida de negro,
joven madre del luto,
flor del viento.

Sus manos rezan
sobre su pecho.
Y ella, niña, me mira
con sus ojos viejos.
Y yo la busco
dulce, muerto.