domingo, 17 de enero de 2016

Uno es el hombre.

Uno es el hombre.
Uno no sabe nada de esas cosas qué los poetas, los ciegos, las rameras,
llaman "misterio", temen y lamentan.
Uno nació desnudo, sucio,
en la humedad directa,
y no bebió metáforas de leche,
y no vivió sino en la tierra.
(La tierra que es la tierra y es el cielo
como la rosa rosa pero piedra).

Uno apenas es una cosa cierta
que se deja vivir, morir apenas,
y olvida cada instante, de tal modo
que cada instante, nuevo, lo sorprenda.

Uno es algo que vive,
algo que busca pero encuentra,
algo como hombre o como Dios o yerba
que en el duro saber lo de este mundo
halla milagro en la actitud primera.

Fácil el tiempo ya, fácil la muerte,
fácil y rigurosa y verdadera
toda intención de amor que nos habita
y toda soledad que nos penetra.
Aquí está todo, aquí. Y el corazón aprende
-alegría y dolor- toda presencia;
el corazón constante, equilibrado y bueno,
se vacía y se llena.

Uno es el hombre que anda por la tierra y descubre la luz y dice: es buena,
la realiza en lo ojos y la entrega a la rama del árbol, al río, a la ciudad,
al sueño, a la esperanza y a la espera.

Uno es ese destino que penetra
la piel de Dios a veces,
y se confunde en todo y se dispersa.

Uno es el agua de la sed que tiene,
el silencio que calla nuestra lengua,
el pan, la sal, y la amorosa urgencia
de aire movido a cada célula.

Uno es el hombre -lo han llamado hombre-
que lo ve todo abierto, y calla, y entra.



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